martes, 13 de enero de 2015

Números naturales...

Hoy en día nos seguimos echando las manos a la cabeza. Los taurinos, los aficionados, todos los que amamos la Fiesta en general. Y siempre esgrimimos el mismo discurso: cada vez se dan menos festejos. Cierto. Cada vez se dan menos festejos. ¿La causa? Unos dicen que la crisis, otros que la falta de afición de las generaciones más jóvenes. Los más aventurados dicen que como no hay alicientes la gente no va a las plazas. Los más atrevidos hablan de falta de emoción en el toro y, por extensión, en el torero. Pero pocos se paran a pensar que lo que está ocurriendo es que estamos volviendo a los números naturales de la Fiesta. La Tauromaquia siempre ha sido, o al menos hasta los denostados años noventa y dos mil, un espectáculo elitista servido en no demasiadas grandes dosis. Posiblemente ahí haya residido gran parte de su atractivo a lo largo de la historia. La gente se ha quedado con ganas de más, y eso, ha engrandecido en cierto modo este espectáculo. Si analizamos los números, las épocas más gloriosas de la Tauromaquia, como fueron los años sesenta, setenta y ochenta, el número de espectáculos taurinos en España siempre rondaba los 400-500 poco más o menos. Ese era el número ideal y rara vez se salía de ahí. Con ese número de festejos todo funcionaba a la perfección, había figuras del toreo y, lo más importante, surgían otras nuevas cada poco tiempo. Con esos números bastaba. Los grandes toreros, las figuras, casi no iban a los pueblos y tan sólo toreaban en plazas de gran relevancia o donde hubiera un buen dinero que echarse al bolsillo. Sin embargo, llegaron los años noventa y el boom de las nuevas televisiones privadas acabaron con el cuadro. Se empezaron a retransmitir todo tipo de corridas -la mayoría de escasa calidad en cuanto a toros y toreros- y en poco tiempo la Fiesta se banalizó. Se dio una imagen de un espectáculo cutre y sin la importancia que tradicionalmente siempre ha tenido la Fiesta de los Toros. Se dañó muy seriamente este espectáculo. Eso, junto a la supuesta bonanza económica que vivía el país gracias a la construcción, hicieron que los festejos se multiplicaran alrededor de toda España. Y así, pueblos que habitualmente habían dado en sus fiestas patronales una o dos novilladas como mucho, pasaron a dar cuatro corridas de toros y una novillada con picadores. Fue la eclosión de una Fiesta cada vez más cutre y menos elitista. En consecuencia, en poco tiempo se pasó de 400-500 festejos hasta los 800, 900 y casi 1000 de finales de los años noventa y principios de los años dos mil. Una locura y un desprestigio. Como dije antes, la Fiesta, en vez de normalizarse, se banalizó, se “encutreció”, se ridiculizó. Pero llegó la crisis. Todos los personajillos superfluos que se hicieron ricos de la noche a la mañana y que a falta de otro hobby mejor se habían metido a ganaderos o empresarios desaparecieron. Se empezó a perder dinero y todo cambió. Y de casi mil festejos hemos vuelto a los cuatrocientos; los números naturales de este espectáculo. A pesar de todo el daño que ha hecho la crisis económica en la sociedad, al mundo del toro le ha beneficiado en cierta manera. Se ha eliminado todo lo que era un exceso sin sentido y cada oveja ha vuelto a su redil. Se diga lo que se diga, lo de antes no podía ser. Lo de ahora es más normal. Que sí, que entiendo que hay muchísimos toreros que no ven un pitón en toda la temporada porque no tienen ocasión de torear. Pero es que nadie dijo que esto fuera fácil. El que está ahí arriba es por algo y el que tiene condiciones y aún no está, ya llegará. La ley de la naturaleza es implacable y siempre acierta. Lo que está claro es que con la mitad de festejos que hace unos años, seguimos siendo el segundo espectáculo de masas de este país. O al menos eso dicen los que llevan las cuentas. Habrá que creérselo. Los toreros -sobre todo las figuras-, han pasado de torear cien o ciento y pico festejos al año (algo absolutamente excesivo y anormal) a como mucho cincuenta o sesenta corridas al año. Y aquí hago un inciso: no me imagino a Picasso o a cualquier otro artista de cualquier índole creando cien obras de arte al año. No puedo. Con los toreros me pasa lo mismo. Un torero es un artista, pero no sólo eso. Además su profesión es única. Se juega la vida. Y eso no se puede equiparar a nada y mucho menos restarle importancia. Algunos toreros han logrado quitarse esa importancia a sí mismos y a la Fiesta en general. Por suerte hemos vuelto al lugar del que nunca deberíamos haber salido. Hemos vuelto a lo natural. A lo realmente importante. A darle la trascendencia real que tiene este espectáculo. No somos deporte. No somos como los demás. Esto es Tauromaquia y no se puede ridiculizar. Es sagrado, ritual, un arte. Algo místico que diría aquel...

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