viernes, 27 de noviembre de 2015

Besos y lágrimas...

Hace unos días, en un programa de radio, escuché decir al maestro don Santiago martín “El Viti” que hoy los toreros se besan y lloran mucho. Cierto. Una verdad como un templo. También vino a decir que antes los toreros no eran amigos y hoy sí, y que en los patios de caballos en su época no había miradas de amor y sí de “ojalá yo triunfe y tú tengas una tarde horrible”. Repito: más razón que un santo. Y es que hoy en día, en los patios de caballos y fuera del ruedo hay mucho compadreo. Incluso en el mismo ruedo. Está claro que cada torero quiere triunfar y quedar por encima de sus compañeros de cartel, pero no existe esa competencia que sí existía antes. Yo comencé a ver toros cuando era un mocoso a mediados de los ochenta y aquello era otra historia. Recuerdo perfectamente las miradas de los toreros en los patios de cuadrillas cuando mi padre me llevaba a ver a su amigo del alma Julio Robles. Miradas de “te voy a reventar” entre los toreros de esa tarde. Saludos fríos, casi inexistentes. Ni una palabra entre ellos; ni cómo está la familia ni cómo se dio ayer en tal o cual plaza. Nada. Tan sólo miradas que mataban. Y si en el transcurso de la tarde alguno triunfaba, los otros dos se morían de la rabia. Sí, les jodía. Deseaban que pincharan mil veces y perdieran las orejas. No podían soportar un triunfo de otro que no fueran ellos mismos. El toreo antes era más egoísta. Aquella frase de “cornás pa' todos” que popularizara el gran torero venezolano César Girón al comienzo de los paseíllos nos puede dar una idea de cómo se vivía el toreo en otras épocas muy lejanas ya. Y es que antes existía la envidia mala, no la buena. Y se decía. Y se notaba en las caras de los toreros. No digo que hoy no exista esa envidia mala. Seguramente que también, pero se disimula más y se dice que es de la buena aunque por dentro uno se esté pudriendo de rabia. Hoy hay más falsedad, o lo que es lo mismo, más compadreo como ya he dicho. El maestro “Viti” también comentó en su entrevista que hoy los toreros lloraban demasiado. No le falta razón. Y es que parece que la rabia de haber pinchado a un toro de triunfo emociona más a la gente si se exterioriza con lágrimas. ¿Demagogia? Pues puede ser. El torero debe emocionar con lo que haga con capote, muleta y espada, no con sus llantos dando la vuelta al ruedo. El provocar compasión no es cosa de toreros. Aquí no hay que dar pena, aunque estés tieso y todo a tu alrededor sea ruina. Llorar no te va a dar más contratos. Tampoco van a pensar que eres más puro o más valiente que los demás. Un torero es un hombre que se juega la vida y precisamente por ello debe mantener siempre la compostura. Antes, durante y después. No sé la rabia que debe sentir un torero cuando pincha un toro de dos orejas porque nunca lo he vivido. Pero sí sé que he visto a muchos malograr grandes faenas y no se les ha caído una lágrima. Luego en el hotel seguro han roto puertas a puñetazos y se han pasado la noche llorando. Pero nadie les ha visto. “El Viti” reconocía en la citada entrevista que un torero, si tiene ganas de llorar, debe hacerlo en privado, cosa con la que estoy totalmente de acuerdo. Y lo estoy porque un torero es un héroe, de los pocos héroes que quedan hoy en día. Y los héroes no lloran. Más que nada porque queda muy feo. Ya estamos el resto de los mortales para llorar por cualquier tontería. O ellos mismos en su vida fuera de los ruedos. El traje de torear es sagrado y cuando un hombre se lo pone es precisamente por eso: porque es un hombre. Un hombre superior al resto de los hombres. Al resto de los humanos. Un torero. Un ser superior.

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