miércoles, 1 de marzo de 2017

Dicen...

Dicen las malas lenguas que los taurinos somos violentos. Que no amamos a los animales. Que somos poco menos que psicópatas que disfrutamos viendo sufrir a un animal indefenso en una plaza de toros. Y que encima hacemos de ello un espectáculo de alegría, luz y color.
Dicen las malas lenguas que los toreros no tienen escrúpulos. Que son seres abominables porque se burlan y asesinan a un animal inocente que lo único que quiere es vivir en paz.
Dicen que somos lo peor, la escoria de esta sociedad. Que por amar esta Fiesta somos gente de tercera o cuarta categoría. Que somos basura, podredumbre. Que no tenemos principios. Que la ética y la moral no existen en nuestra mente y en nuestros corazones. Que somos inhumanos e insensibles en grado máximo.
Y ahora yo me pregunto: ¿puede haber más belleza y más luz de la que hay en un vestido de torear? ¿Puede haber más sensibilidad que la de coger un capote con las yemas de los dedos y hacerlo volar? ¿Puede haber más sensibilidad que la que tiene un picador cuando le echa el palo despacito a ese toro que se arranca? ¿Puede haber más sensibilidad que la que tiene ese banderillero cogiendo los palos de forma tan delicada? Porque que yo sepa las banderillas no se cogen como el que coge un machete y de forma violenta lo clava en un cuerpo para acabar con la vida. ¿Puede haber movimientos más sutiles y delicados que los de ese banderillero dejándose ver por el toro para hacer la suerte?
Los toreros no se mueven con violencia por el ruedo. Lo hacen con mimo. Cogen los avíos con las yemas de los dedos. Torean con las palmas de las manos. Contrarrestan la violencia del toro con una expresión corporal natural y sosegada. Al entrar a matar no cogen el estoque como si fuera una escopeta. No lo cogen como el carnicero coge el cuchillo cuando va a matar a un cerdo o despedazar el cuerpo inerte de cualquier otro animal. El torero se perfila con belleza y sutileza. Coge la espada con delicadeza. La empuñadura recae en la palma y las yemas de los dedos. El torero entra a matar derecho al toro, despacito, sin trampa ni cartón. Con la verdad por delante. Un torero herido mil veces en el ruedo no le guarda rencor al toro. Incluso se deja la vida en el ruedo por un sueño. Un torero puede morir en el ruedo y no hay odio. Sólo dolor, paz y gloria eterna.
Pero nosotros somos los violentos. Los sádicos. Los psicópatas. Y aquellos que nos llaman asesinos por disfrutar de una afición que es la nuestra y que por si fuera poco es legal, aquellos que cometen actos terroristas contra los taurinos, que incendian casas o mandan cuchillas en sobres son los dueños de la única moral verdadera que existe. De la única ética buena que existe. De un ejemplo de vida perfecto e intachable. Aquellos que presuntamente hacen explotar bombas cerca de una plaza de toros son los que nos dan lecciones de civismo, de buen comportamiento. Aquellos que anteponen la vida animal a la humana son los que nos dicen a nosotros que carecemos de humanidad.
¡Váyanse ustedes al carajo! ¡Están ustedes chalaos!. Y es que los taurinos, hasta para insultar, lo hacemos con elegancia, sutileza y sensibilidad. Sí, esos atributos de los que ustedes adolecen a pesar de creerse los auténticos dueños de la verdad y la decencia moral más absoluta. 

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