miércoles, 21 de febrero de 2018

¿Y si fuera ella?

Recientemente acaba de concluir la Temporada Grande de Méjico. Y como cada año, nos ha quedado un regusto más bien amargo por lo que hemos visto a lo largo de todos los festejos que durante su ciclo taurino se han celebrado. Como cada año -y esto ya es una tónica muy habitual en el embudo de Insurgentes-, hemos observado en el toro poca fuerza y bravura y sí mucha flojedad y descastamiento. Vamos, lo de todos los años. Y es que en ese sentido no ha habido demasiada novedad que digamos.
Muchos aficionados achacan ese problema del toro mejicano a que cada vez más los ganaderos aztecas están echando más y más agua al aceite. En pocas palabras: que están descastando sus vacadas a drede para que el resultado sea un toro noble y justo de fuerzas que no ponga en ningún apuro a los toreros. En ese sentido, todas las teorías son válidas por muy difíciles de creer que sean, ya que cuesta imaginar que un ganadero se tire piedras a su propio tejado. Pero como ésta puede ser una de las causas del contínuo aburrimiento que sufrimos año tras año en la plaza Méjico, es mi deber hacer referencia a ello. Repito: por muy difícil que sea creer que alguien se perjudique gratuitamente. Y es que lo que puede agradarle a una persona puede cabrear a los diez, veinte o treinta mil que van a la plaza y que alomejor, por vete tú a saber por qué, no vuelven.
Siempre he pensado que en el derrumbe general del toro mejicano, a parte de lo ya expuesto, también ha tenido mucho que ver la puya que utilizan allí. Y es que la puya mejicana es mucho más grande que la española (casi el doble). Por tanto, un buen puyazo en Méjico equivale a tres buenos leñazos en España. Y un picotazo en Méjico equivale a un buen puyazo en España. ¿La consecuencia? Es evidente: al toro mejicano se le destroza mucho más con menos que al español. Y ya no solamente me refiero al mayor sangrado del toro, sino a los perjuicios que tan dañina puya puede ocasionar en la columna vertebral y paletillas del toro, lo cual condiciona y mucho su posterior movilidad y, en consecuencia, su nula colaboración a la emoción del espectáculo y al triunfo rotundo de los toreros.
Siempre se ha dicho que un resultado es la suma de sus factores. El problema de la falta de fuerza del toro mejicano es más complicado de lo que parece. No hay una sola causa. Me atrevería a decir que incluso las dos causas que he citado no son las únicas. Seguro que hay más. Aún así creo que la puya mejicana tiene mucho que ver en lo que estamos viendo año tras año en esos casi siempre desangelados tendidos de la plaza de toros más grande del mundo. Y es que una vez que el toro mejicano sale del caballo de picar el daño ya está hecho y, ante tal circunstancia, yo siempre me pregunto: ¿Y si fuera ella?

Idiosincrasia

Idiosincrasia: modo de ser que es característico de una persona o cosa y que la distingue de las demás. Pues eso: idiosincrasia.

Yo, que no suelo utilizar en mis artículos taurinos palabras raras, he tenido que recurrir a una de ellas para condensar lo que a continuación voy a relatar. Nos estamos volviendo locos. Suena fuerte, sí. Pero es lo que pienso. Locos de remate. Se nos está yendo de las manos. Te preguntarás porqué digo esto. Te preguntarás qué extraño pensamiento ronda mi cabeza. Es muy sencillo y, además, si quieres, lo vas a entender perfectamente.
Estos días ha habido, a mi parecer, una exagerada polémica en las redes sociales sobre los carteles de las primeras ferias de nuestro país. En concreto sobre una de ellas: Olivenza. Y no es raro porque cada año que salen a la luz las combinaciones del ciclo pacense suele haber ruido de cacerolas. Ruido negativo. Polémica. Discusiones entre los aficionados. Posturas encontradas. Posturas difícilmente reconciliables. Y todo porque hay muchos aficionados que siguen sin entender que cada feria tiene su identidad propia. Eso que he dado en llamar con esa palabra tan rara que es la idiosincrasia.
Madrid es lo que es y lo que su público quiere. Sevilla es lo que es y lo que su público demanda. Pamplona, Castellón, Valencia... Y así un largo etcétera de plazas. La realidad es que todo buen aficionado que se precie gusta del toro serio e íntegro. Yo por ejemplo gusto mucho de ello. Un toro bien hecho y con el suficiente trapío para que asuste al que está en el tendido. Un toro que haga sentir al que está sentado en la piedra que lo que está haciendo el torero no es capaz de hacerlo él. Hasta ahí nada que objetar. El problema viene cuando no se entiende que todo en esta vida tiene su cultura propia. Su idiosincrasia. (Qué pesado me estoy poniendo con la palabrita de las narices). Aun así es la realidad. Pero volvamos a Olivenza, que es de lo que se trata.
Y es que Olivenza tiene su público. Un público que sabe lo que quiere y lo que es más importante: que demanda lo que quiere ver. Y como Olivenza otras muchas plazas. Los empresarios tienen la obligación de recoger el guante de la afición y darles lo que piden. Y salvo muy contados casos, en general lo hacen. Madrid, Sevilla, Pamplona, Bilbao, Valencia, Nimes, Ceret... Casi todas las plazas son fieles al gusto de su público en cuanto a toros y toreros. Y así debe de ser. Creo sinceramente que no es tan difícil de entender y, sobre todo, de respetar.
Cada plaza tiene su toro. Cada plaza tiene sus toreros. Cada plaza en suma tiene sus gustos. No podemos pretender que el toro de Madrid salga en Olivenza. Ni mucho menos que el de Olivenza salga en Madrid. Tampoco podemos pretender que la amplia baraja de toreros que van a Madrid, Sevilla o Bilbao vayan también a Olivenza. Más que nada porque no caben todos. Sé que estarás pensado en los famosos cambios de cromos. Y que contra eso no hay nada que hacer. Te doy la razón. Pero eso ha existido siempre y no veo razón alguna para que ahora, hartos de ver de todo en la confección de las ferias, montemos en cólera y digamos que aquí todo el mundo es corrupto. Ni tanto ni tan calvo.
Siempre he sido partidario de la elección del espectáculo según el gusto propio. Los aficionados no podemos hacer casi nada ante quienes mandan en esto. Tan sólo acudir a aquello que nos gusta y por contra pasar olímpicamente de lo que no nos guste. Somos muchos con muchos gustos bien diferenciados. Y hasta los hay que gustamos de prácticamente todo, siempre y cuando aquello que sale por toriles y aquel que se viste de luces sean dignos en todos los sentidos.
Idiosincrasia amigo. Idiosincrasia. Y sí: llámame pesado por repetir tanto la palabrita. Admito que lo he sido. Pero tengámoslo siempre presente a la hora de enjuiciar porque sólo así seremos justos de verdad. Pero de verdad de la buena.